sábado, 1 de junio de 2013

Ballet pochoclero



 
Domingo por la mañana en el Konex. Van entrando las espectadoras, en el 80% de los casos se trata de niñas de entre 4 y 6 años vestidas de fucsia o rosa chicle. Llegan de la mano de sus abuelas.

Hace tres años que los vendedores ambulantes saben que a esta hora venden el stock de coronitas de princesa color rosa. Hay olor a pochoclo.

Pinocho y Coppelia es una versión para niños del ballet de Léo Delibes, Coppelia , a cargo del Ballet Metropolitano de Buenos Aires. Siguiendo la propuesta de Luis Ovsejevich, presidente de la Fundación Konex, Juan Lavanga creó un argumento que, sumando a Pinocho, espera poder captar más concurrencia masculina entre los espectadores en formación.

Este espectáculo se da en el marco de la 23a temporada del ciclo Vamos a la Música de la Fundación Konex. Y en simultáneo con la tercera temporada de El Cascanueces y las princesas encantadas , producida por el mismo Ballet.

El programa de mano -además de una página para pedir autógrafos a los artistas- intenta una traducción para públicos neófitos. Pero la penumbra de la sala no facilita la lectura de esa letra tan pequeña. Ojalá que la parte de la trivia sobre los personajes y las bases para el conocimiento de la danza académica puedan ser digeridos unas horas después, junto a la bolsa de golosinas que les reparten.

Los tres actos originales se volvieron dos. Sumando el intervalo, es un poco menos de dos horas. Sin embargo, no se logra una puesta muy sintética. Abundan las danzas festivas y grupales, y los dúos de amor de la pareja joven, que fue pensada en 1870 como el motor de la historia. Pero que aquí no termina de conectar con una platea llena de público bajito.

Una narradora y cantante, asumida con gracia por Agustina Ipiña, cumple la función de recitar en voz alta "y con onda" lo que el programa describe en cada uno de los cuadros. Pero a veces describe como próxima una escena todavía muy lejana. También tiene la responsabilidad de traer esta historia hacia el presente. Con una laptop en sus manos, canta el viejo hit de Luis Aguilé sobre Pinocho y baila algunos pasos de hip-hop, cuando la mazurca suena con guitarra eléctrica y las luces de escena titilan como flashes.

Es curiosa la distribución de los roles: el espectáculo lleva el nombre de dos personajes de reparto. Y presenta como principales al hada protectora y los inventores de los muñecos. Leonardo Reale, director del Ballet Metropolitano de Buenos Aires, se reservó para él a un Geppetto que entra en competencia con el Dr. Coppeluis. Pelean por el honor de ser creadores de muñecos autómatas perfectos. Una lucha lejana para una generación acostumbrada a realidades más virtuales y menos mecánicas.

Los roles de Coppelia y Pinocho son cubiertos por dos artistas con mucho futuro por delante. La sonrisa de Rocío Ruiz se puede ver a kilómetros de distancia. Por su parte, Rodrigo Fredes, con sólo 13 años, hace el entrometido hermano menor de Swanilda. Y en el segundo acto, se pone en el traje de Pinocho para seguir demostrando que es muy dúctil en todas sus facetas, incluso las futbolísticas.

En el pasillo, algunas niñas alzan los brazos "como las bailarinas" y giran hasta marearse. Antes de irse, responden una encuesta de opinión sobre la obra. Todas contestaron: "Me encantó".

El objetivo que se plantearon está cumplido.


Nota publicada en La Nación el 01-06-13
http://www.lanacion.com.ar/1587333-una-manana-familiar-de-ballet-y-pochoclo

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